Sólo se reponen 1,4
millones por fertilización. Ese balance negativo afecta los rendimientos. La
siembra directa es una de las claves para mejorar.
Tapar el sol con una
mano. Eso es pensar en incrementar la productividad agrícola sin tener en
cuenta la presión que se genera sobre los recursos naturales. Según una
nota de la nueva edición de la revista RIA –que estará disponible en pocos dìas
más–, los procesos erosivos que se producen por efecto de la naturaleza y la
intensificación agrícola afectan una cuarta parte de las tierras mundiales, lo
que representa un reto para la agricultura. Desde hace más de cuatro décadas,
la siembra directa responde a ese desafío.
“En la próxima década
debemos producir alimentos en 10 millones de hectáreas adicionales para poder
abastecer a la población creciente. Si se tiene en cuenta que las tierras
fértiles están todas cultivadas y se tiene que avanzar sobre áreas con mayores
riesgos de degradación, la fertilización y la siembra directa son herramientas
aptas para atenuar los crecientes problemas de contaminación y deterioro de
suelos, aguas y atmósfera”, explica el director del Instituto de suelos del
Inta, Miguel Taboada.
Adaptada en más del 70
por ciento de la agricultura argentina, la siembra directa (SD) es una técnica
basada en el cultivo de la tierra sin arado previo. Así, no se remueven los
rastrojos de los cultivos anteriores para asegurar una cobertura permanente del
suelo y mejorar las condiciones físicas, químicas y biológicas del recurso.
Según estimaciones de la
Asociacion Argentina de Productores en Siembra Directa, , en esa vertiginosa
carrera hacia otro tipo de agricultura se dejó atrás el sistema de arado
milenario y se implementó esa técnica en alrededor de 90 millones de hectáreas
a escala mundial, entre las cuales 45 millones se encuentran en América del
Sur, la mitad en Argentina y la otra mitad distribuida entre Brasil, Paraguay y
Uruguay.
Al evitar remover la
tierra se garantiza una menor oxidación de la materia orgánica y una mayor
estabilidad de los agregados del suelo; al conservar su bioporosidad, los
canales generados por las lombrices y las raíces son más estables y permiten
mayor ingreso de agua al perfil. Al mismo tiempo, la densa cobertura de
rastrojos presente en la superficie protege al suelo del impacto de las gotas
de lluvia, reduce el escurrimiento del agua y amplía el tiempo de permanencia
sobre los residuos para una mejor infiltración.
Consultada por la Revista
RIA, la especialista en suelos del Inta Parana, Carolina Sasal, asegura que “la
SD apareció como respuesta técnica al problema de degradación de los suelos
laboreados y erosionados de la región pampeana y su amplia difusión respondió,
fundamentalmente, a razones económicas como la reducción en el uso de
combustibles fósiles y a su simplicidad operativa”.
A pesar de que su
aplicación mejoró las condiciones del suelo y permitió extender la frontera
agrícola sobre tierras consideradas de baja aptitud agrícola, la solución no se
agota allí. El presidente de la Asociacion Argentina de Ciencias del Suelo,
Jose Luis Panigatti, considera que “no hay que pensar que la siembra
directa es la panacea, ya que debe complementarse con un adecuado plan de
rotaciones de cultivos, fertilización adecuada y darle al suelo la mayor
combinación de elementos que permitan conservarlo, ya que de otra manera no se
recupera”.
Diversificar para
conservar
Desde principios de la
década del 90 hubo un avance sostenido de la producción agrícola nacional pero
con un marcado desbalance en la selección de cultivos: se produjo el
desplazamiento de pasturas hacia zonas marginales y se incrementó la superficie
destinada al cultivo de soja transgénica que, asociada a la SD, logró trascender
la región pampeana hacia áreas marginales con suelos limitados para la
agricultura tradicional.
Para los especialistas
del INTA, la tendencia al monocultivo no brinda los beneficios ecológicos y
agronómicos que aportan las rotaciones ya que “en el monocultivo de soja, hay
baja cobertura de residuos en superficie, se reduce la cantidad de macroporos
del suelo y su estabilidad. Eso favorece la formación de una estructura laminar
que restringe el ingreso de agua al suelo y, en consecuencia, se registran pérdidas
de agua por escurrimiento y del suelo por erosión”, explica Sasal.
De acuerdo con el
director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA, Roberto
Casas, la falta de cobertura anual del suelo con ese cultivo se debe a que “la
soja aporta un rastrojo rico en nitrógeno que se descompone rápidamente y deja
al suelo expuesto a la acción erosiva, lo que es preocupante porque se pierde,
aproximadamente, un 0,1 por ciento de materia orgánica por cada centímetro de
suelo degradado”.
En esa línea, Taboada,
quien también es representante argentino en la Alianza Mundial del Suelo (ver
recuadro), estima que el hecho de que la SD no sea adoptada de la misma forma
en otros países podría deberse a que su práctica está asociada directamente con
los efectos que produce el monocultivo de soja. Por eso, “es necesario
diversificar los cultivos para poder defender este sistema, que es capaz de
preservar nuestros suelos y que nos permite producir alimentos económicos y
sustentables para una gran parte del mundo”, señala el especialista.
En este sentido, dado que
los resultados de la SD y el impacto ambiental que se genera dependen de la
secuencias de cultivos que se implemente, la rotación de cultivos es clave, ya
que mejora el balance de los nutrientes y la materia orgánica en los suelos, el
aprovechamiento del agua y tiene un efecto inhibitorio sobre diversos patógenos
(plagas, malezas y enfermedades).
Para Casas, en la
labranza conservacionista “las pérdidas de suelo por erosión son inferiores a 2
toneladas por hectárea y por año, muy por debajo del máximo tolerable, que
ronda las 10 toneladas por hectárea”. Además, recomienda que la soja se alterne
con cultivos de gramíneas (trigo, cebada, centeno o maíz) porque tienen un
sistema radical que generan mejor calidad de la estructura del suelo en
superficie.
Al suelo, lo que es del
suelo
En la Argentina, los
principales cultivos extraen unos 4 millones de toneladas de nutrientes por año
y sólo se reponen 1,4 millones por fertilización. Según Taboada, ese balance negativo
afecta los rendimientos productivos ya que “por cada tonelada de soja que
cosechamos extraemos siete kilos de nutrientes y si el nitrógeno no se toma de
la atmósfera o no lo produce el suelo por mineralización, hay que reponerlo con
fertilizantes”.
Con rotaciones adecuadas
y una densa cobertura superficial de residuos vegetales se logra mayores
rendimientos de los fertilizantes que son favorecidos por la cantidad del agua
que circula por infiltración, una condición que le devuelve al suelo sus aptitudes
naturales para filtrar y regular los ciclos y los nutrientes.
Para contrarrestar los
efectos del control mecánico de malezas en sistemas de labranza, la SD combina
el control químico realizado con herbicidas de translocación no residuales
aplicados con tecnología de precisión que, si se complementan con un manejo
integrado de plagas, permite minimizar la presencia de compuestos químicos en
la superficie del suelo.
A su vez, Sasal, explica
a RIA que estudios realizados en la estación experimental del INTA Paraná
demuestran que “con secuencias de cultivos que incluyan gramíneas, donde la
mayor parte del año el suelo está cubierto por cultivos con raíces vivas, hay
una mejora en la amortiguación del impacto de los rodados de los implementos
agrícolas y en la conservación de la biodiversidad del suelo.
También hay menores
pérdidas de agua por escurrimiento y, consecuentemente, se reduce la pérdida de
nutrientes y plaguicidas”.
En suelos donde hay pendientes pronunciadas y un elevado escurrimiento es necesario que “además de implementar prácticas para mejorar el ingreso de agua al suelo, se complemente la SD con prácticas de sistematización de tierras como la construcción de terrazas y otras medidas para conducir los excedentes hídricos”, indica la investigadora.
En suelos donde hay pendientes pronunciadas y un elevado escurrimiento es necesario que “además de implementar prácticas para mejorar el ingreso de agua al suelo, se complemente la SD con prácticas de sistematización de tierras como la construcción de terrazas y otras medidas para conducir los excedentes hídricos”, indica la investigadora.
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