Mientras aumenta la superficie cultivada y la demanda mundial de
alimentos, el desafío de maximizar la productividad sin degradar el
recurso gana cada vez más importancia.
El valor de una hectárea de suelo, en promedio, ronda los 15.000
dólares. Pero el valor de esa misma superficie, víctima de la erosión y
el mal manejo, es de unos 8.000 dólares, es decir, prácticamente la
mitad. Es que la brecha entre el potencial productivo y el rinde
concreto no se origina por cuestiones fisiológicas: en gran parte, se
debe a la pérdida de riqueza de los suelos.
Miguel Taboada,
director del Instituto de Suelos del INTA, explicó que “la extracción de
nutrientes como el azufre, calcio, magnesio y el nitrógeno no son
compensadas y eso conduce a una degradación difícil de revertir”. Para
revertir esa situación, consideró el especialista, “las mejores
herramientas son las buenas prácticas”.
Desde un punto de vista
ecológico, social y territorial, el INTA amplió el campo de
investigación en suelos para incluir perspectivas de estudio
relacionadas con estrategias de manejo y recuperación. “Desde la
institución consideramos clave enfocarnos en el techo de superficie
cultivable, pero sin perder de vista la sustentabilidad del ambiente”,
aseguró Taboada.
En este contexto, el INTA y la Asociación
Argentina de la Ciencia del Suelo organizan las Jornadas Argentinas de
Conservación de Suelos, del 2 al 4 de julio, en el Salón Auditorio del
Banco de la Nación Argentina, en la ciudad de Buenos Aires.
El
encuentro invita a la reflexión, el debate y la construcción de
soluciones viables que permitan avanzar en la conservación de los
suelos, con disertaciones a cargo de expertos del país y del exterior en
temas que van desde el manejo de carbono en rotaciones agrícolas hasta
la legislación en torno a la erosión, pasando por huella hídrica, cambio
climático y el efecto de la producción de biocombustibles en las
propiedades del suelo, entre otros.
Taboada: “Desde la
institución consideramos clave enfocarnos en el techo de superficie
cultivable, pero sin perder de vista la sustentabilidad del ambiente”.
De
acuerdo con Roberto Casas, director del Centro de Investigación de
Recursos Naturales del INTA, “nuestros suelos constituyen el pilar de la
economía nacional y la base de una agricultura que motoriza el
desarrollo regional y local y que nos proyecta al mundo en un rol cada
vez más estratégico como productores de alimentos y energía”. Y advirtió
que “las regiones áridas y semiáridas del país, que cubren el 75% de la
Argentina, poseen ecosistemas frágiles proclives a la desertificación”.
En
la misma línea, Taboada afirmó: “En las próximas décadas, el principal
desafío global será incrementar la productividad agropecuaria para
alimentar a una creciente población mundial, atendiendo a su vez a los
crecientes problemas de degradación y contaminación de suelos, aguas y
atmósfera”.
En la Argentina hay 25 millones de hectáreas de
suelos salino-sódicos en áreas húmedas, sub húmedas y semiáridas. La
expansión de la frontera agropecuaria es uno de los principales factores
que afectan la estructura y el ecosistema.
Por caso, ya se
alcanzó el 100% del área cultivable de la región pampeana, mientras que
en el resto del país aumentó un 60%. A su vez, explicó Taboada, con el
incremento del terreno destinado al cultivo en secano, las tierras con
bosques disminuyeron un 18,4% y los pastizales naturales un 6,8%.
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