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martes, 2 de julio de 2013

Suelos: cómo evitar que pierdan su riqueza

Mientras aumenta la superficie cultivada y la demanda mundial de alimentos, el desafío de maximizar la productividad sin degradar el recurso gana cada vez más importancia. Estos serán los ejes de las Jornadas Argentinas de Conservación de Suelos.


El valor de una hectárea de suelo, en promedio, ronda los 15.000 dólares. Pero el valor de esa misma superficie, víctima de la erosión y el mal manejo, es de unos 8.000 dólares, es decir, prácticamente la mitad. Es que la brecha entre el potencial productivo y el rinde concreto no se origina por cuestiones fisiológicas: en gran parte, se debe a la pérdida de riqueza de los suelos. Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, explicó que “la extracción de nutrientes como el azufre, calcio, magnesio y el nitrógeno no son compensadas y eso conduce a una degradación difícil de revertir”. Para revertir esa situación, consideró el especialista, “las mejores herramientas son las buenas prácticas”. Desde un punto de vista ecológico, social y territorial, el INTA amplió el campo de investigación en suelos para incluir perspectivas de estudio relacionadas con estrategias de manejo y recuperación. “Desde la institución consideramos clave enfocarnos en el techo de superficie cultivable, pero sin perder de vista la sustentabilidad del ambiente”, aseguró Taboada. En este contexto, el INTA y la Asociación Argentina de la Ciencia del Suelo organizan las Jornadas Argentinas de Conservación de Suelos, del 2 al 4 de julio, en el Salón Auditorio del Banco de la Nación Argentina, en la ciudad de Buenos Aires. El encuentro invita a la reflexión, el debate y la construcción de soluciones viables que permitan avanzar en la conservación de los suelos, con disertaciones a cargo de expertos del país y del exterior en temas que van desde el manejo de carbono en rotaciones agrícolas hasta la legislación en torno a la erosión, pasando por huella hídrica, cambio climático y el efecto de la producción de biocombustibles en las propiedades del suelo, entre otros.

Taboada: “Desde la institución consideramos clave enfocarnos en el techo de superficie cultivable, pero sin perder de vista la sustentabilidad del ambiente”.

 Suelos, el pilar de la economía y el desarrollo 

De acuerdo con Roberto Casas, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA, “nuestros suelos constituyen el pilar de la economía nacional y la base de una agricultura que motoriza el desarrollo regional y local y que nos proyecta al mundo en un rol cada vez más estratégico como productores de alimentos y energía”. Y advirtió que “las regiones áridas y semiáridas del país, que cubren el 75% de la Argentina, poseen ecosistemas frágiles proclives a la desertificación”. En la misma línea, Taboada afirmó: “En las próximas décadas, el principal desafío global será incrementar la productividad agropecuaria para alimentar a una creciente población mundial, atendiendo a su vez a los crecientes problemas de degradación y contaminación de suelos, aguas y atmósfera”. En la Argentina hay 25 millones de hectáreas de suelos salino-sódicos en áreas húmedas, sub húmedas y semiáridas. La expansión de la frontera agropecuaria es uno de los principales factores que afectan la estructura y el ecosistema. Por caso, ya se alcanzó el 100% del área cultivable de la región pampeana, mientras que en el resto del país aumentó un 60%. A su vez, explicó Taboada, con el incremento del terreno destinado al cultivo en secano, las tierras con bosques disminuyeron un 18,4% y los pastizales naturales un 6,8%.

Para revertir el proceso de degradación “las mejores herramientas son las buenas prácticas”, explicó Taboada.

 Investigación a demanda 

La utilización de los suelos es objeto de presiones encontradas: por un lado, la Argentina se convirtió en un eficiente y exitoso productor y exportador de productos agropecuarios. Por otro, el mismo sistema que lo hizo posible, trajo aparejado algunos efectos adversos: desde el punto de vista ecológico, la prevalencia de monocultivos, la pérdida de biodiversidad y los impactos de los agroquímicos; en lo productivo, el riesgo de agotamiento de nutrientes como el fósforo, que no se producen en el país; también en lo social, por las poblaciones rurales que fueron desplazadas hacia áreas marginales y periurbanas. La consecuencia más clara se percibe en el suelo mismo: hay evidencias de deterioro de la calidad del recurso, en especial en las áreas consideradas más vulnerables, sea por escasez de lluvias, como por riesgo de pérdidas de suelo por erosión hídrica y eólica. Frente a este contexto, el INTA trabaja para mejorar la capacidad de predicción de los cambios en la calidad del recurso edáfico existente y, al mismo tiempo, optimizar la capacidad de respuesta ante las demandas que plantea un escenario mundial caracterizado por presiones y sistemas regulatorios y de vigilancia sobre el estado de los suelos.



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